miércoles, 13 de noviembre de 2013

La excursión


Unas dos veces al año clasifico la ropa del armario, una cuando comienza el calor y la otra vez cuando empieza el frío.
Aunque los últimos años el tiempo no es puntual, no se ajusta a los cambios estacionales. Ahora mismo es noviembre, voy con camiseta y suéter y la mayoría del día estoy acalorado. No obstante me he entretenido en preparar ropa de más abrigo ante la inminente bajada de temperaturas, según dicen los meteorólogos que anuncian el tiempo por la televisión. Tengo mis dudas sobre las previsiones que hacen, pero, por la época toca menos calor.
Al repasar las chaquetas que están colgadas en el atestado armario, me fijé en una percha que estaba sin prenda. ¡Qué extraño! Debajo de todas apareció una chaqueta que no me ponía desde hacía años, se debía de haber caído, y allí se había quedado, camuflada, arrugada.
Tras el primer repaso ocular, me doy cuenta de que no le falta ningún botón, no tiene manchas y espero que colgándola bien no aparezcan las arrugas que he ido quitando al estirar la chaqueta.
Por el bolsillo superior asoma algo de color azul.
¡Qué sorpresa! Unos billetes del ‘Tramvia Blau’, cuatro.
 

 




Una sonrisa se dibuja en mi cara al recordar aquel día, deben haber pasado cuatro años, o tal vez tres, no estoy seguro.
Lo cierto es que aquella excursión fue completa, familiar, y con anécdota.
Pero aquel día no llevaba chaqueta. Debí de haber guardado allí los billetes para usar en otra ocasión, después de todo debían servir para la bajada.
Numerosas imágenes comienzan a agolparse en mi mente, recuerdos, pero, ¿cómo fuimos?, ¿cómo acabamos andando? Ya sé…

…hacía unos días que estaba planeando ir al Tibidabo, era el mes de julio, como trabajaba tendríamos que ir el fin de semana. Tras comentar en casa, primero con mi esposa y luego con las niñas se decidió ir el domingo. Normalmente los domingos hay más público, con lo que hay que pasar más tiempo haciendo cola en las atracciones, pero teníamos a favor que recién llegado el calor la gente seguramente iría a la playa. Además podría aparcar en la zona azul sin pagar (en algunas zonas de la ciudad los domingos es gratis). Con lo que pensé de llegar en coche hasta el final de la calle Balmes, coger el Tramvia Blau hasta la Plaza Doctor Andreu y allí subir con el funicular hasta el parque de atracciones del Tibidabo.
Iba a ser una buena excursión, las niñas iban a pasar un magnífico domingo y nosotros los padres subiríamos con ellas en algunas atracciones, comeríamos bocadillos en alguno de los bares y no tendríamos que ir cargados.
Dentro del parque comenzamos por la atracción del carrusel o tío vivo, como muchas personas mayores lo llaman, luego fuimos al aéreo que está al lado, la vista de Barcelona es impresionante, la atracción es muy divertida, entras en túneles oscuros, sales a la calle, vuelves a entrar en otro túnel…
Pasamos un gran día, en el parque. Me parece que nos quedaron pocas atracciones por subir. Estuvimos en el castillo misterioso, el diávolo, las montañas rusas, el museo de autómatas, la sala de los espejos, el tren (donde todos gritábamos cuando atravesábamos un pequeño túnel), la barca de los troncos en el agua, el barco pirata, el barco vikingo…
Comimos en el bar cerca del castillo.
Nos fuimos cuando el parque estaba a punto de cerrar.
Tuvimos suerte y nos pusimos en el funicular delante de todo. Sólo hay una vía, y a medida que desciendes ves venir a otro funicular de cara. Recuerdo que intenté asustar a mis hijas con un posible choque. Ana estuvo rápida, me indicó que en el centro del recorrido la vía tiene un círculo que hace desviar cada funicular para no chocar y luego vuelven a la vía principal.
¡Lástima! A Lucía ya la tenía preocupada, pero su hermana se encargó de tranquilizarla.
Tras bajar del funicular nos encaminamos a la parada del tranvía.
Un cartelito en la parada nos indicaba que el último tranvía hacía veinte minutos que había pasado.
¡Nos enfadamos! Cómo se le ocurre al ayuntamiento no sincronizar los horarios del parque con los transportes públicos.
¡El coche lo teníamos a más de un kilómetro de allí!
Estábamos cansados, todo el día en el parque arriba y abajo, el calor. Había hecho que anheláramos sentarnos en nuestro coche. Sabía que ellas descansarían, y posiblemente al momento del trayecto de vuelta a casa lo harían durmiendo.
Propuse de ir yo a buscar el coche y que ellas me esperasen allí, en la plaza. Pero decidieron bajar conmigo, ya que era cuesta abajo y el recorrido no era superior a un kilómetro y medio. Al paso que íbamos calculé que como mucho tardaríamos veinte minutos, así se lo dije a ellas. Me preocupé por mi mujer, pero ella (Carmen) me dijo que estaba bien y de que no había ningún problema.
Las demás personas que habían bajado con nosotros en el funicular ya se habían ido, unos en coche, en moto, caminando, sólo quedábamos nosotros.
Nada más comenzar a caminar, dejando la plaza y entrar en la avenida Tibidado, algo llamó nuestra atención, algo se movía tras las rejas que daban a la arboleda.
¡Un jabalí!
Estaba dando cuenta de un bocadillo que alguien había lanzado en aquel lugar. No era muy grande, pero si lo suficiente para que nos mantuviéramos algo alejados, aunque el enrejado nos dio tranquilidad.
Observamos cómo sin ningún tipo de preocupación por parte del jabalí, paseaba por aquel recinto buscando comida, no le importaba en absoluto nuestra presencia.
La luz del día comenzaba a menguar, nuestro cansancio era más que evidente y con asombro por lo que habíamos visto, continuamos bajando hasta nuestro coche.

No sé si mis hijas se acuerdan de aquel día, yo por si acaso, como testimonio de aquel encuentro tomé una fotografía.