Aquella
primavera me trajo un regalo que hasta bastante tiempo después, no fui capaz de
valorar con exactitud la influencia de los días que pasé visitando aquel
centro.
Tenía once años
recién cumplidos y desde hacía tiempo había una rutina que realizábamos todos
los domingos por la mañana, que era visitar a mi abuela en la residencia para
ancianos donde estaba viviendo, solíamos ir mis padres y yo, mi hermano
Alejandro como practicaba fútbol sala tenía el beneplácito de no asistir, ya
que o bien tenía partido o debía estudiar y como estaba acabando el
bachillerato necesitaba todo el tiempo posible para poder dedicarlo a sus
trabajos, pero cuando teníamos vacaciones escolares mi voz aún infantil en esa
época, recordaba a mis padres que él debía también de acompañarnos. Esas
puntualizaciones me hacían ser merecedora de algún pellizco o empujón que no
esperaba por parte de mi hermano, claro que me especialicé sólo como medida
intimidatoria, en dar unos punterazos certeros en los tobillos, con lo que mi
hermano por miedo a “lesionarse” me dejaba tranquila.
Hubo un domingo
en el que mi madre estaba resfriada y se quedó en casa, mientras mi padre y yo
asistimos a ver a mi abuela y así pasar la mañana con ella.
El centro lo
teníamos a unos escasos catorce minutos en coche de donde vivíamos, estaba
rodeado de naturaleza, de campos, de arboledas, las cuales me hubiera gustado
explorar, pero no me dejaban, solíamos salir con la abuela a unos jardines que
circunvalaban el sitio, había innumerables bancos para sentarse, algunos con
sombra de árboles grandes y ruidosos cuando hacía viento.
La tormenta
estalló nada más aparcar el coche, corrimos hacia la entrada bajo un enclenque
paraguas que mi padre sujetaba con firmeza impidiendo que el agua lo doblara.
Hasta aquel
entonces solía llevarme un libro, a mí me gustaban mucho las novelas, pero mi
padre, un fiel observador del futuro, me “recomendaba” que sería productivo
leer algún libro escolar, de alguna de esas asignaturas que tenían la fama
justificada de ser como un hueso, que se tenían que roer y roer hasta que su
constitución se pareciese a un merengue, cosa que nunca me ocurrió y eso que
“roí” de forma esmerada, ni tan siquiera me gustaba ese empalagoso postre,
supongo que le tomé manía desde las explicaciones de mi padre, ahora tras el
transcurso de los años, por fin, alguna vez me he comido alguno por las fiestas
de carnaval.
Mi abuela estaba
en la puerta de la habitación intentando que alguien le ayudara.
-El ventanal -le
dijo a mi padre. -No puedo cerrarlo.
La mujer dejaba
todas las mañanas abierta las ventanas para que ayudase a ventilar la
habitación, pero la lluvia al presentarse de esa forma había mojado todo el
suelo y era un riesgo el intentar cerrarlas, había peligro de resbalar y más a
una anciana octogenaria.
Aquellas
ventanas no se abrían del todo, las tres estaban contiguas y permitían una
abertura de unos cuarenta y cinco grados, más o menos, ese era mi cálculo
después de haber estudiado el módulo de matemáticas que hablaba de ello.
Tras cerrar mi
padre todas las ventanas se personó una asistente con su atuendo blanco y
pulcro, a ver el alcance del desaguisado.
-Estamos
cerrando todas la ventanas, sobre todo las de esta ala, que es por donde el viento
empuja la lluvia de cara -dijo la mujer. -Ahora vendremos a recoger el agua que
ha entrado. No te preocupes Teresa -le dijo a mi abuela.
Al no poder
salir al exterior ya sabía lo que tocaba, debíamos ir al “circo”, así
llamábamos al gran salón de aquel centro.
Había veces que
algún espectáculo surgía en aquel salón, para mí era divertido en ocasiones, me
dejaban jugar con ellos a la brisca, al cinquillo, aunque odiaba el atronador
volumen que en ocasiones tenía el televisor, la mayoría de los presentes no
escuchaban nada bien y además cuchicheaban entre ellos con un tono que me
molestaba, con lo que nos solíamos sentar en las mesas más alejadas del
televisor.
Los sonidos que
procedían del televisor eran molestos aquella mañana, estaban retransmitiendo
la última carrera de motos de la temporada, el titulo estaba en juego entre
tres pilotos y los allí concentrados querían ver el desenlace, sobre todo los
más interesados eran los visitantes.
-Me voy a dar
una vuelta -le dije a mi padre, mientras él se sentaba con la abuela.
Asintió obligado
por las circunstancias, de todas maneras yo no podía salir del recinto.
Me fui a mi
lugar favorito, era al final de uno de los corredores de las habitaciones cuya
pared era enteramente de cristal, desde allí podía ver una tierra plagada de
viñas, de una perfecta alineación que ondulaban con los altibajos del terreno.
Al llegar me
sobresaltaron las ráfagas de agua que golpeaban de imprevisto en el cristal,
ese era el programa de televisión que tenía para aquella mañana.
-Me puedes
ayudar -dijo una voz detrás de mí.
Era una mujer
que trataba de sacar una silla de la habitación más cercana.
No es que pesara
mucho la silla, pero siempre que había visto a la mujer se ayudaba para andar
con un bastón, el cual me llamaba la atención, era de madera, pero por donde
ella se agarraba era blanco con la forma de una ballena.
Pusimos la silla
delante de la pared de cristal, a un lado.
-Hay otra silla
en la habitación, puedes sacarla si deseas sentarte aquí.
No tenía mejores
planes, así que entré a buscarla.
Su habitación me
pareció totalmente diferente a la de mi abuela, tenía un mueble que parecía un
escritorio antiguo y sobre él objetos que atrajeron mi mirada, el vistazo fue
breve y saqué la silla.
La coloqué junto
a la otra, donde la mujer ya se había sentado y yo hice lo mismo, tomé asiento
en la silla que había llevado. Era cómoda, con reposabrazos, su madera al igual
que la otra silla tenía un color de miel y era muy suave al tacto, el asiento y
la espaldera tenían un tapiz que tendía al colorado con unas filigranas
doradas, por momentos me parecía que estaba sentada sobre prietos cojines.
-Me llamo
Silvia, ¿y tú? -me dijo con un tono voz que era profundo, como con eco, pero no
era estridente, era muy nítido.
-Yo me llamo
Irene, pero mis amigas me llaman Ene.
-Ja,já. Tu
nombre es muy bonito, pero no sé porque dejas que te llamen así.
-Son nombres en
clave, todas las amigas nos hemos acortado el nombre a dos sílabas como máximo
, una se llama Lu, otra Mi, otra Ka, también tenemos a Iso, Pi, Ora.
Irene sacó un
caramelo del bolsillo de su vestido y me lo lanzó, lo cogí al vuelo, en el
envoltorio se leía con claridad que era de café con leche. Nunca había probado
ese sabor y no sabía si me iba a gustar, no obstante lo desenvolví y me lo puse
en la boca, al instante supe que su sabor me agradaba.
Irene se sacó
otro caramelo del bolsillo y se lo comió.
-Tu voz me ha
parecido diferente -le dije.
-¡Ah! Podría
ser, a tu edad los sonidos como otras cosas las percibes perfectamente. Hubo un
tiempo en el que trabajé en la radio, gracias a mi voz, anunciaba productos y
en ocasiones trabajaba en unas novelas que se trasmitían a diario por la radio,
entonces ese medio estaba en su apogeo.
A lo lejos las
dos vimos un relámpago, me agarre con fuerza a la silla, pues sabía que acto
seguido vendría el trueno, pero su sonido también fue lejano.
Estuvimos un
buen rato en silencio contemplando la lluvia incesante que golpeaba el cristal.
-¿No viene nadie
a verte los domingos? -le pregunté.
-Normalmente no,
algún sábado viene una sobrina con su marido, me recogen y nos vamos a comer a
algún restaurante. No tengo más familia que esté cerca.
-Pues nosotros
venimos todos los domingos por la mañana.
-Y en días como
el de hoy te debes aburrir, ¿verdad?
-Sí, como una
ostra.
-Ja,já. ¿Cuántos
años tienes?
-Voy para doce y
el año que viene iré al instituto.
-Seguro que si,
además debes llevar bien las asignaturas.
-Algunas son más
fáciles que otras -le dije silbando las palabras. Todavía me acordaba de la
clase de inglés del viernes, la profesora parecía triste al informarnos de las
calificaciones del test que habíamos hecho la semana anterior, aunque yo lo
había aprobado por los pelos.
El relámpago y
el trueno casi fueron cogidos de la mano, no me lo esperaba, así que sorprendida
salte de la silla.
-¡Vaya! La
tenemos encima -dijo la mujer. -Vamos a la habitación, tal vez así estarás
menos preocupada.
Entre las dos
llevamos las sillas, una la pusimos al lado del escritorio y la otra delante
mismo de él. En esa silla fue donde me indico que me sentara, mientras ella
tomó asiento en la otra silla.
Del frontal del
escritorio sacó dos maderas y bajó la portezuela del escritorio, el cual reposó
sobre aquellas maderas, dejando a mi vista el interior.
Tenía un vaso
con lápices y bolígrafos, también había sobres, papeles de colores y todo
aquello olía a flores, había unos libros, tinteros, pero lo que más llamó mi
atención fue una caja de madera que parecía un cofre de los que había visto en
una película de piratas.
-Es mi tesoro -me
dijo al ver que yo no apartaba la mirada del cofre. -¡Cógelo!
No dude ni por
un instante, mis manos salieron disparadas a su encuentro.
Lo cogí y lo
puse delante de mí.
Estaba hecho con
una madera oscura, tenía dibujos labrados de soles, lunas y estrellas.
Por un momento
me imaginé ser un pirata encontrando un tesoro, mientras mis dedos acariciaban
los dibujos.
-¿No lo vas a
abrir?
La miré
sonriendo, sentí como me latía el corazón, todavía seguía pensando que era una
pirata.
Levanté la tapa
con cuidado, aguantaba la respiración mientras lo hacía.
Dentro había una
serie de objetos que no se asemejaban en nada, pero también había unas joyas,
cosa que debió iluminar mis ojos ya que la hice reír.
-Aquí guardo mis
tesoros -me dijo entre risas.
Tenía mucha curiosidad,
no entendía por qué aquellos objetos, que a mi parecer algunos eran corrientes,
vulgares, podían ser parte de su tesoro, aunque...
Me pasó por la
cabeza que aquella mujer podía estar un poco loca, a veces las gente mayor hace
cosas raras, se olvidan de cosas y parecen niños, eso era lo que me decía mi
madre y también mi padre, cuando trataban de explicarme algún hecho extraño que
había realizado la abuela.
Sobresalía sobre
los objetos una pluma de pavo real con sus vistosos colores, noté su tacto terso
al pasar mis dedos sobre ella, pero, ¿seguro que era un tesoro?
-Esa pluma,
junto con otras la llevaba en mi primera fiesta de disfraces, tan sólo tenía
diecinueve años en aquel momento. Mi disfraz se basó en unos dibujos que había
visto de la época del “Charlestón”, una manera de bailar que fue muy popular a
principios del siglo XX. Llevaba un vestido de tirantes de color azul zafiro,
una diadema del mismo color que el vestido con dos plumas del pavo real, un
collar largo de perlas con una vuelta, medías y unos zapatos negros con tacón.
Hice furor en aquella fiesta, fue mi primera fiesta y mereció la pena las horas
que dediqué a confeccionarlo con la ayuda de mi madre, a partir de entonces se
disparó mi popularidad, me invitaban a fiestas y los chicos empezaron a
interesarse en mi persona, hasta entonces no me había hecho mucho caso, es
increíble lo que hace el arreglarse y también como no, la energía de la
juventud. Ya te llegará más adelante ese momento en el que quieres ser el
centro de la atención de todos.
-Yo también me
he disfrazado en el colegio, pero todos vamos iguales, con adornos de
cartulinas y purpurinas. Este año nos pintamos la cara, unas rayas blancas y
negras, debíamos parecer cebras y acabamos por parecer tableros de ajedrez.
-Ja,já. Pero,
¿te divertiste?
-Sí, sobre todo
cuando empezamos en las filas a extendernos nosotros mismos la pintura de la
cara. ¿Y las perlas de tu disfraz?
-No las guardé,
no eran auténticas, me las puse alguna otra vez y después las regalé. Eso
hacíamos las amigas, nos intercambiábamos cosas.
Dejé la pluma y
me fijé en una piedra anaranjada. Con mucho cuidado la cogí.
-¿De dónde es?
-De Pétra.
-¿Y eso dónde
está?
-Es una ciudad
que está entre África y Asía, en la antigüedad tuvo mucho esplendor, por la
ciudad pasabas las rutas de los comerciantes. Te gustaría verla, es totalmente
de piedra, pero excavada en la misma montaña, con entradas esculpidas que
parecen palacios, con columnas, figuras y dibujos lineales. Se llega a la
ciudad a través de senderos entre la montaña. Allí llegamos en camello, me
dolía el cuerpo cuando bajé de aquel animal. En aquel entonces ya estaba casada
y fue un viaje increíble, todavía me parece ver aquellos fantásticos amaneceres
y la grandeza de aquellas piedras. Cuando seas mayor intenta viajar siempre que
puedas, descubrirás sitios que son una maravilla y sobre todo procura ir bien
acompañada, aunque si vas sola tampoco pasa nada, siempre puedes encontrarte a
ti misma.
-¡Vaya! Ya tengo
ganas de ser mayor para ver ese sitio y también para ir a fiestas de disfraces.
¿Dónde fue tu fiesta?
-En el salón de
una mansión.
-¿Una mansión?
-Sí, es una casa
muy grande, como un castillo, pero sin almenas, ni torreones, ni con puente
levadizo. Era la mansión de un Conde en aquel entonces, cada año celebraba una
fiesta igual para celebrar la llegada de la primavera. Tenía unos jardines muy
grandes, incluso tenía un laberinto de altos setos. La orquesta no paró en toda
la noche de tocar. Había varios salones iluminados solamente por velas, y sin
embargo se veía bien, había cientos de velas iluminando todo.
-¿Fuiste sola?
-No, nadie iba
sola, fui con dos primas mías. Sólo se podía asistir con invitación. Fue una
suerte que a mi tío lo invitasen, él nos llevó a las tres y nos vino a buscar
cuando amanecía. Para mí fue como en un cuento.
-¿Tenías
carroza?
-¡Qué va! Fuimos
y volvimos andando. No sé la distancia exacta, pero tardamos unos cuarenta
minutos en llegar y cerca de una hora cuando volvíamos. Al ir íbamos deprisa
pero al volver no teníamos ninguna prisa, nos paramos para ver salir el sol y
además entre risas fuimos explicando a mi tío como habíamos pasado la noche, le
explicamos lo grandes que eran las lámparas, los salones, los tapices que
engalanaban las paredes, la música, la intensidad de los perfumes de las
señoras, mientras él se reía escuchando nuestras andanzas. Mis primas se
llamaban Ester y Carla. Eran diferentes, es curioso como estando criadas igual,
en el mismo ambiente y sin embargo cada una de ellas cuando fueron mayores
eligieron caminos diferentes. Ester la mayor era meticulosa, calculadora, muy
ordenada y por el contrario Carla era la soñadora, la bohemia, a la que le
gustaba tumbarse en el prado y ver pasar las nubes imaginando figuras en ellas.
Yo me llevaba bien con las dos, Ester me ayudaba con la gramática y las
matemáticas, y con Carla aprendí a improvisar escenas de algún libro o de
alguna película, tenía una gran sensibilidad y un sentido del humor que
combinado con su inventiva hacía que ocurriesen cosas insólitas y divertidas.
Me enseñó a montar en bicicleta cuando tenía nueve años, en una tarde, eso sí,
me pelé las rodillas en las caídas, a mi madre casi le da un soponcio cuando me
vio pasar pedaleando y con el vestido medio roto. Que gritos me dio cuando me
curaba las rodillas. ¡Ja,Já! Siempre decía que Carla era una mala influencia
para mí, pero fue todo lo contrario, a través de ella aprendí a ver las cosas
de una manera diferente y disfrutar de todos los momentos. Una vez en la pared
de madera de una vieja fábrica abandonada ató a uno de los tablones que estaba
un poco suelto una cuerda y la tensó hasta la entrada, donde con un nudo la
dejó en un saliente, la idea era que el tablón cuando quedase liberado de la
cuerda volvería a su posición original dando un fuerte golpe. Nos pusimos
pegadas a la puerta, el saliente con la cuerda quedaba tapado por ella, al
momento llegó una amiga y nos preguntó que estábamos haciendo allí, mi prima
Carla con una seriedad que asustaba le dijo que el fantasma de la fábrica
estaba suelto y ella vigilaba junto conmigo la puerta para que no saliera, pero
que nadie se pusiera en la pared ya que al no poder salir era casi seguro que
intentaría alguna treta, no había nada más peligroso que un fantasma atrapado.
La niña se llamaba Delfina y su padre tenía una tienda de telas. Nos miró y le
dijo a Carla que eso se lo había inventado. Bueno, dijo mi prima, si no me
crees ponte a mi lado y así sabrás si es verdad o no, aunque si tienes miedo no
pasa nada, es normal, no es necesario que te pongas. No tengo miedo dijo
Delfina y acto seguido se puso al lado de Carla. Sí, ya me doy cuenta, pero
porque no te pegas a la pared, le dijo mi prima. En cuanto la niña rozó la
pared con su espalda, Carla soltó la cuerda del saliente y el tablón golpeó la
pared. Delfina pegó un saltó del susto, yo golpeé la puerta mientras que
gritaba que el fantasma salía. La niña salió corriendo y gritando como una
loca. Yo no había reído tanto en mi vida, volvimos a casa llorando de la risa.
Esto pasó por la tarde y a la hora de la cena se presentó mi tío, el padre de
Carla, habló con mi padre, el cual me castigó sin cenar y al otro día tuvimos
que ir a pedir disculpas a la casa de Delfina, pero no salió como ellos
querían, mi prima y yo al ver a Delfina nos entró la risa y no había manera de
hacernos callar, estuvimos muchos días sin vernos, castigadas sin salir a la
calle.
-Es una historia
muy divertida.
-Menos para
Delfina y su familia. A lo mejor es tarde y tu padre te está buscando.
-Seguro, ¿puedo
venir otro día a saludarla?
-Por supuesto,
no creo que me vaya de aquí.
Salí de su
habitación con mi imaginación volando y con ganas de que la semana pasara
deprisa, tenía ganas de conocer más tesoros y más historias de sus recuerdos.
Mi padre aún
seguía con mi abuela en aquel salón, le expliqué que tenía una nueva amiga y
que me contaba cuentos. Se alegró por mí y tras despedirnos de la abuela nos
fuimos.
Las visitas a
partir de entonces dejaron de ser rutinarias, deseaba impacientemente que
llegaran los domingos para poder volver a ver a mi nueva amiga.