lunes, 22 de junio de 2015

La verbena


Fue una noche de verbena
entre risas y alegría,
bailando pop con rebeldía.
La música marchosa cambió
a melodías sin emoción.
El grupo se disolvió
y yo de la zona de baile salía
cuando ella me paró.
Estaba delante mío,
quieta, esperándome.
Nos sonreímos
y cogidos
comenzamos a bailar.
Del grupo nos conocíamos
y vernos bailar
a nadie debió extrañar.
Después de los primeros compases
dejé de verla como una amiga.
Su cabello recogido
mostraba su exquisito cuello
de tersa piel.
Nuestros cuerpos se juntaron
encendiendo mi deseo dormido,
al sonreírme
sus labios se me antojaron
de una manera febril,
sus ojos
semejantes a bosques primaverales
brillaron cuando los miré.
Adivinaba lo que sentía
y eso…le encantó.
Su fino rostro ovalado
a mi mejilla lo pegó.
El aroma de su cuerpo
era fresco, especiado,
y mi mente
me transportó
a bazares de inciensos,
de frutos madurados.
En ese momento
conocí la fascinación, el deseo.
Separé nuestros rostros
para verla,
para admirarla,
y con automatismo heredado
nuestros labios se rozaron.
Después nos besamos,
al principio con timidez
y luego como si cada beso
mejorara el anterior.
Aprendimos sobre la marcha,
con delicadeza y pasión.
La fiesta, de mis sentidos desapareció,
todo quedó eclipsado,
dejé de oír la música,
los petardos y el griterío,
sólo escuchaba el batir de mi pecho.
El ritmo de la música
debió cambiar
y nuevamente
la pista se pobló.
Sentí un vacío
cuando sus amigas
riendo y bailando
nos separaron.
La cogieron de la mano
y entre giros y ruedas
se la llevaron.
Al igual que a la luna
nubes rápidas y compactas
la ocultaron.
Se fue…
Luego supe que a otra ciudad,
aquella había sido
su última noche
en aquella vecindad.
Desde entonces…
¡Magdalena!
Repite mi mente sin cesar,
cada año,

en la verbena de San Juan.