A comer fueron tres,
ella, algo tímida,
invitó a una tercera
persona, mujer y conocida.
La amiga hizo de liebre
marcando el ritmo
de las sutil encuesta
entre la conversación.
Evaporaron dos
botella frías
de vino claro,
acompañando
un arroz con pescado,
entre anchas sonrisas
con cortos tragos.
Antes de los postres
“la carabina” quería huir,
se fue argumentando
que llegaba tarde
a una reunión vecinal.
Templados y solos se quedaron.
Ella relajada mirada sus ojos, los
de él.
Él como si fuera una golosina
miraba sus labios rojos, los de
ella.
Entre palabras y risas
se empaparon el uno en el otro
igual que el chocolate con el
bizcocho.
Terminaron la presentación
de los últimos puntos del
currículum,
pero ya era anecdótico,
se habían mutuamente aprobado
para cubrir la vacante,
y aunque no apresuraba
se debían de estrenar,
aunque fuera entre
sabanas sin bordados, pensó él,
con ternura,
abrazados hasta el amanecer, pensó
ella.
Cogidos de la mano
pasearon sin rumbo
hasta que los alcanzó el anochecer.
La dama se hizo acompañar
a su fortaleza por el caballero,
donde sólo el amor podía entrar.
Allí tras unos bocadillos
y al amparo de luces tenues
la pareja se acaloró,
con lo que se repartieron
multitud de golosinas,
algunas dulces, otras saladas,
acabando en la acogedora alcoba.
Se envolvieron con generosos besos
entre sabanas perfumadas
con sudores de jazmín y de rosas,
luego atravesaron abrazados
como algo natural,
aquel radiante amanecer,
aunque… ellos no lo vieron.
El amor rozó sus corazones
derritiendo al instante
la capa de hermetismo,
haciendo que se balancearan
con un feliz compás.
Habían dejado sus temores,
sus dudas, sus recelos,
con la ceniza del incienso,
la cual fue minuciosamente barrida
por un inesperado viento.
Versos incluidos en el libro: Amores, desamores y alguna pesadilla.