domingo, 9 de octubre de 2016

A comer fueron tres



A comer fueron tres,
ella, algo tímida,

invitó a una tercera
persona, mujer y conocida.

La amiga hizo de liebre
marcando el ritmo

de las sutil encuesta
entre la conversación.

Evaporaron dos
botella frías

de vino claro,
acompañando
un arroz con pescado,

entre anchas sonrisas
con cortos tragos.


Antes de los postres
“la carabina” quería huir,

se fue argumentando
que llegaba tarde

a una reunión vecinal.

Templados y solos se quedaron.

Ella relajada mirada sus ojos, los de él.
Él como si fuera una golosina

miraba sus labios rojos, los de ella.

Entre palabras y risas
se empaparon el uno en el otro

igual que el chocolate con el bizcocho.

Terminaron la presentación
de los últimos puntos del currículum,

pero ya era anecdótico,
se habían mutuamente aprobado

para cubrir la vacante,
y aunque no apresuraba

se debían de estrenar,
aunque fuera entre

sabanas sin bordados, pensó él,
con ternura,

abrazados hasta el amanecer, pensó ella.

Cogidos de la mano
pasearon sin rumbo

hasta que los alcanzó el anochecer.

La dama se hizo acompañar
a su fortaleza por el caballero,

donde sólo el amor podía entrar.

Allí tras unos bocadillos
y al amparo de luces tenues

la pareja se acaloró,
con lo que se repartieron

multitud de golosinas,
algunas dulces, otras saladas,

acabando en la acogedora alcoba.

Se envolvieron con generosos besos
entre sabanas perfumadas

con sudores de jazmín y de rosas,
luego atravesaron abrazados

como algo natural,
aquel radiante amanecer,

aunque… ellos no lo vieron.

El amor rozó sus corazones
derritiendo al instante

la capa de hermetismo,
haciendo que se balancearan

con un feliz compás.

Habían dejado sus temores,
sus dudas, sus recelos,

con la ceniza del incienso,
la cual fue minuciosamente barrida

por un inesperado viento.
 
Versos incluidos en el libro: Amores, desamores y alguna pesadilla.