miércoles, 13 de noviembre de 2013

La excursión


Unas dos veces al año clasifico la ropa del armario, una cuando comienza el calor y la otra vez cuando empieza el frío.
Aunque los últimos años el tiempo no es puntual, no se ajusta a los cambios estacionales. Ahora mismo es noviembre, voy con camiseta y suéter y la mayoría del día estoy acalorado. No obstante me he entretenido en preparar ropa de más abrigo ante la inminente bajada de temperaturas, según dicen los meteorólogos que anuncian el tiempo por la televisión. Tengo mis dudas sobre las previsiones que hacen, pero, por la época toca menos calor.
Al repasar las chaquetas que están colgadas en el atestado armario, me fijé en una percha que estaba sin prenda. ¡Qué extraño! Debajo de todas apareció una chaqueta que no me ponía desde hacía años, se debía de haber caído, y allí se había quedado, camuflada, arrugada.
Tras el primer repaso ocular, me doy cuenta de que no le falta ningún botón, no tiene manchas y espero que colgándola bien no aparezcan las arrugas que he ido quitando al estirar la chaqueta.
Por el bolsillo superior asoma algo de color azul.
¡Qué sorpresa! Unos billetes del ‘Tramvia Blau’, cuatro.
 

 




Una sonrisa se dibuja en mi cara al recordar aquel día, deben haber pasado cuatro años, o tal vez tres, no estoy seguro.
Lo cierto es que aquella excursión fue completa, familiar, y con anécdota.
Pero aquel día no llevaba chaqueta. Debí de haber guardado allí los billetes para usar en otra ocasión, después de todo debían servir para la bajada.
Numerosas imágenes comienzan a agolparse en mi mente, recuerdos, pero, ¿cómo fuimos?, ¿cómo acabamos andando? Ya sé…

…hacía unos días que estaba planeando ir al Tibidabo, era el mes de julio, como trabajaba tendríamos que ir el fin de semana. Tras comentar en casa, primero con mi esposa y luego con las niñas se decidió ir el domingo. Normalmente los domingos hay más público, con lo que hay que pasar más tiempo haciendo cola en las atracciones, pero teníamos a favor que recién llegado el calor la gente seguramente iría a la playa. Además podría aparcar en la zona azul sin pagar (en algunas zonas de la ciudad los domingos es gratis). Con lo que pensé de llegar en coche hasta el final de la calle Balmes, coger el Tramvia Blau hasta la Plaza Doctor Andreu y allí subir con el funicular hasta el parque de atracciones del Tibidabo.
Iba a ser una buena excursión, las niñas iban a pasar un magnífico domingo y nosotros los padres subiríamos con ellas en algunas atracciones, comeríamos bocadillos en alguno de los bares y no tendríamos que ir cargados.
Dentro del parque comenzamos por la atracción del carrusel o tío vivo, como muchas personas mayores lo llaman, luego fuimos al aéreo que está al lado, la vista de Barcelona es impresionante, la atracción es muy divertida, entras en túneles oscuros, sales a la calle, vuelves a entrar en otro túnel…
Pasamos un gran día, en el parque. Me parece que nos quedaron pocas atracciones por subir. Estuvimos en el castillo misterioso, el diávolo, las montañas rusas, el museo de autómatas, la sala de los espejos, el tren (donde todos gritábamos cuando atravesábamos un pequeño túnel), la barca de los troncos en el agua, el barco pirata, el barco vikingo…
Comimos en el bar cerca del castillo.
Nos fuimos cuando el parque estaba a punto de cerrar.
Tuvimos suerte y nos pusimos en el funicular delante de todo. Sólo hay una vía, y a medida que desciendes ves venir a otro funicular de cara. Recuerdo que intenté asustar a mis hijas con un posible choque. Ana estuvo rápida, me indicó que en el centro del recorrido la vía tiene un círculo que hace desviar cada funicular para no chocar y luego vuelven a la vía principal.
¡Lástima! A Lucía ya la tenía preocupada, pero su hermana se encargó de tranquilizarla.
Tras bajar del funicular nos encaminamos a la parada del tranvía.
Un cartelito en la parada nos indicaba que el último tranvía hacía veinte minutos que había pasado.
¡Nos enfadamos! Cómo se le ocurre al ayuntamiento no sincronizar los horarios del parque con los transportes públicos.
¡El coche lo teníamos a más de un kilómetro de allí!
Estábamos cansados, todo el día en el parque arriba y abajo, el calor. Había hecho que anheláramos sentarnos en nuestro coche. Sabía que ellas descansarían, y posiblemente al momento del trayecto de vuelta a casa lo harían durmiendo.
Propuse de ir yo a buscar el coche y que ellas me esperasen allí, en la plaza. Pero decidieron bajar conmigo, ya que era cuesta abajo y el recorrido no era superior a un kilómetro y medio. Al paso que íbamos calculé que como mucho tardaríamos veinte minutos, así se lo dije a ellas. Me preocupé por mi mujer, pero ella (Carmen) me dijo que estaba bien y de que no había ningún problema.
Las demás personas que habían bajado con nosotros en el funicular ya se habían ido, unos en coche, en moto, caminando, sólo quedábamos nosotros.
Nada más comenzar a caminar, dejando la plaza y entrar en la avenida Tibidado, algo llamó nuestra atención, algo se movía tras las rejas que daban a la arboleda.
¡Un jabalí!
Estaba dando cuenta de un bocadillo que alguien había lanzado en aquel lugar. No era muy grande, pero si lo suficiente para que nos mantuviéramos algo alejados, aunque el enrejado nos dio tranquilidad.
Observamos cómo sin ningún tipo de preocupación por parte del jabalí, paseaba por aquel recinto buscando comida, no le importaba en absoluto nuestra presencia.
La luz del día comenzaba a menguar, nuestro cansancio era más que evidente y con asombro por lo que habíamos visto, continuamos bajando hasta nuestro coche.

No sé si mis hijas se acuerdan de aquel día, yo por si acaso, como testimonio de aquel encuentro tomé una fotografía.

domingo, 30 de junio de 2013

El curso

Hace cinco meses que comencé el curso de Dietética y Nutrición, intentaré analizar los pros y los contras (si los hay) de la información obtenida.

Físico: Al poco de empezar dejé de tomar leche, la he suplido por infusiones. Intento llevar una dieta equilibrada. Tomo más alimentos alcalinos. He bajado bastante las proteínas animales. He aumentado el consumo de verduras, fruta y cereales.
Balance físico: Mi peso ha descendido un 10%. He de añadir que cada día camino o me muevo en bicicleta como mínimo 20 minutos.

Mental: He cogido ritmo. El leer, el intentar recordar, asimilar datos, ubicarlos, da una sensación a veces de pánico, pero al serenarme me doy cuenta de que la información fluye por mi memoria. Me alivia y entonces los datos comienzan a brotar, pero también soy consciente de todo lo que no sé.
Balance mental: Bueno, favorable, una mente inquieta te hace buscar más datos, más información, ampliar lo que intuyes.

Emotivo: He mejorado el humor, siento paz, me encuentro menos preocupado (o lo llevo mejor, que puede ser). El curso ha hecho que pueda darle la vuelta a los sentimientos como si se tratasen de un reloj de arena, al día de hoy son diáfanos, esperanzadores, cálidos. Ha ayudado el conocer a personas que están en situaciones parecidas a la mía. Gracias. Supongo que con algunas de ellas seguiré en contacto y eso me alegra.
Balance emotivo: Genial, ha aumentado la alegría y ha bajado el desespero.

Para recordar: Puedo estar ‘parado’ pero no quieto, ni a nivel físico, ni a nivel mental, ni a nivel emotivo, ni a nivel de iniciativas, ni a nivel de creatividad. Espero no olvidarlo.

viernes, 10 de mayo de 2013

Pamplona, 10 de Julio de 1929

La noche había pasado rápida.
Canciones, a capela algunas, otras acompañadas con guitarra, habían hecho que aquel variopinto grupo se sintieran hermanados, además no habían parado de comer jamón, queso, chistorra y en cuanto al vino, la cantidad de botellas vacías que se amontonaban en la trastienda daba una clara estampa de la ‘alegría’ y entusiasmo de los congregados.
Hasta aquella noche habían sido desconocidos entre ellos, sólo tenían en común sus vestimentas, la mayoría de blanco y con pañuelos rojos en el cuello.
El camarero les indicó que les podía servir la última ronda, la cual iba por cuenta de la casa.
Todos a una entonaron su nombre, añadiendo que era el mejor.
Al salir pudieron ver cómo la noche se disipaba con la luz del amanecer.
Ruth una de las mujeres tomó de la mano a un hombre y le susurró al oído que la acompañara al hotel.
El hombre la besó en los labios y le preguntó el nombre del hotel y la habitación, es que, añadió, ahora tengo que ponerme ropa limpia e ir al Gran Hotel La Perla, estoy invitado a ver el encierro desde el balcón de la habitación 217, después será un placer despertarte, palabra de Ernest.

Iris

Después de llevar un rato corriendo, mi mente se tranquilizó y pude empezar a apreciar el paisaje, inerte, mono-colorido, encajaba con aquellos parajes, me sentía solo, abrupto.
Comenzaba a arrepentirme de haber tomado aquella habitación en el motel, me había citado con la bibliotecaria del campus, pero ella no había aparecido, despechado y triste lo único que se me ocurrió era salir a correr.
¡Iris! ¡Iris! Su nombre no dejaba de resonar en mi cabeza mientras corría.
Nos habíamos conocido en la biblioteca, me tenía al corriente de las publicaciones que llegaban relacionadas con la materia que impartía. Así comenzó nuestra amistad. Luego comentábamos noticias y la confianza dio paso a gastarnos pequeñas bromas, explicarnos anécdotas y a conversaciones sobre diferentes temas.
Era culta, inteligente, irónica en ocasiones, y solía pasar casi todos los días, a consultar, a leer, a repasar, estaba allí más tiempo que en mi despacho.
Siempre la había visto con el cabello recogido, menos ayer.
Llegué cuando iba a cerrar, en una de las bandejas de su mesa estaban las últimas revistas que habían llegado, cada viernes las recogía, cuando empecé a hojearlas, su voz hizo que me girase.
-Un poco más y no llegas hoy  -me dijo.
Cuando la vi me quedé atónito.
Su triguero cabello lo llevaba suelto, su sonrisa era amplia, diáfana y no pude más que fijar mi mirada en sus pupilas.
-¿Estás bien? –me preguntó mientras se aproximaba.
 Noté su perfume, ese aroma tan conocido por mí, floral, fresco.
Acerqué mis labios a los suyos y la besé, el impulso había sido sin premeditar, espontaneo, pensé que me había equivocado…hasta que ella me devolvió el beso.
-Ahora sé por qué vengo. ¡Tú!
-Pues has escogido para decírmelo un día que tengo prisa. Tengo que recoger a mi madre e ir al hospital donde operan a mi tía, no es grave, cataratas, pero luego estaremos con ella en su casa.
-Mañana estaré en el Motel Edward, tendré una habitación doble, no está lejos y tal vez podrías venir a comentar las publicaciones hasta altas horas de la noche.
Sonrió. Vaya, como le brillaron los ojos.
-Procuraré ir, todo sea por ayudarte a ilustrarte –me dijo mientras salíamos.
Subió a su coche y me dijo adiós con la mano.
Me quedé en la puerta, estático, viendo como se alejaba.
Eso fue ayer.
Volvía de mi carrera, cuando comencé a divisar el motel, me pareció ver en el aparcamiento su coche. Me enfadé conmigo mismo por no recordar su matrícula, ¿sería el de ella? ¿no? Empecé a sentirme nervioso, mi ritmo aumentó, me encaminé rápidamente hacía la habitación, noté el frenetismo de mis latidos cuando abrí la puerta.
Esa imagen perdurará en mi memoria. ¡Allí estaba ella! Esperándome sentada en la cama delante de los grandes ventanales.
No había duda, estaba loco por ella, debía de decírselo, tenía tantas cosas para compartir…

jueves, 25 de abril de 2013

El aviso

El bache me hizo saltar dentro del coche, aun estaba medio aturdido e intentaba recordar cómo había llegado a ese vehículo.
Abrí ligeramente los ojos y pude ver con claridad a través de la ventanilla rótulos luminosos, edificios, las vistas pasaban delante de mí vertiginosamente, de pronto noté un pinchazo agudo en mi pierna derecha, intenté incorporarme pero el dolor se incrementó, al igual que una nota musical, cuando ya parece que va a acabar se mantiene y sube, sin poder percibir el final.
Al palparme noté el torniquete que tenía en el muslo, no bajé más la mano, no era necesario, podía sentir la humedad de algo caliente que surgía poco a poco por encima de mi rodilla. Como en una película clásica en blanco y negro los recuerdos de la última hora comenzaron a pasar, fotograma a fotograma.
La patrulla, aquel aviso de la central, la sirena, la administración de lotería. Mientras mi compañero notificaba que habíamos llegado yo entré en el establecimiento desenfundando el arma, dentro un chico joven, quinceañero a lo sumo, tenía a una mujer de parapeto, le apuntaba con una pistola, los tenía a dos metros escasos, estaban saliendo del cuarto interior. Faltaba un trozo del marco de la puerta. El joven sudaba como si hubiera estado en una sauna, la mujer estaba aterrorizada.
-Tranquilo –le dije mientras guardaba mi arma y me apartaba de la puerta.
Cuando vio la puerta libre empujó a la mujer y al pasar a mi lado me disparó, supongo que para que no le persiguiera, el tiro puso en guardia a mi compañero, sólo recuerdo haber oído a continuación una detonación y al chico por el suelo, malherido.
Ahora yo iba hacia el hospital en un coche particular, la ambulancia hubiera tardado mucho en llegar. ¡Maldita crisis! ¡Malditos recortes!

martes, 9 de abril de 2013

Los recuerdos de un amigo

Una vez hablando con un amigo y recordando cosas de cuando éramos pequeños me contó lo siguiente:
Cuando recuerdo mi niñez, me siento transportado a aquella época dónde mi preocupación principal era que los demás niños no me hicieran el vacio, después la seguía que la hija del sargento de la Guardia Civil me mirase, yo la miraba sonriendo, la mayoría de las veces ella me devolvía la sonrisa, pero no siempre me invitaban a las fiestas de cumpleaños, tampoco querían venir a jugar a mi casa.
En la escuela corría y saltaba como los demás, pero no era suficiente, bailaba el trompo mejor que ninguno y sin embargo costaba que me dejaran jugar con ellos.
-Madre, ¿Por qué los niños no quieren ser amigos míos? –le preguntaba una y otra vez.
-No les haga caso, seguro que cuando seas más grande tendrás más de uno –eso me decía, pero ya tenía siete años y me sentía solo.
Los domingos acudíamos a la iglesia a escuchar la primera misa, temprano, muy temprano para mí, apenas había parroquianos, no entendía el por qué de tanto madrugar, si podíamos acudir al mediodía, como hacía todo el mundo, así vería a compañeros de la escuela y podría ser que nuestros respectivos padres se saludasen e intentar conversar, hacer lo que fuera necesario para tener amigos.
A casa sólo venían unos tíos míos con sus repelentes hijas, primas mías y mayores que yo, siempre me preguntaban lo mismo, ¿No tienes miedo? ¿Duermes bien? ¿Oyes algo? ¿Ha visto algo extraño? Un domingo al mes venían, a veces a comer.
Mi padre trabajaba casi todos los días, al lado de casa, dentro del mismo recinto amurallado, siempre iba con su pico y con su pala, yo como me aburría lo seguía y veía como quitaba malas hierbas, zarzas o arreglaba el muro, a veces me dejaba amasar el cemento y colocar alguna que otra piedra, también en otras ocasiones cavaba zanjas.
Todo aquello en aquel tiempo lo veía normal, era lo que había visto desde que nací, fue al año siguiente cuando me di cuenta que mi problema con los demás era la profesión de mi padre, así me lo dijeron unos chiquillos, hartos de mis ruegos por jugar con ellos a la pelota.
-Tu padre es el enterrador, vivís en el cementerio y nos das miedo –me soltaron a bocajarro.
Entonces comencé a unir todas las situaciones, y me di cuenta del miedo que tenía la gente a la muerte y las frases que decía mi padre (que a mí siempre me parecieron tonterías) comenzaron a tener sentido, en muchas ocasiones solía decir:
-¡Alguien lo tiene que hacer! Yo no quiero que se muera nadie, pero…, tampoco quiero que me falte trabajo.

sábado, 6 de abril de 2013

No siempre somos conscientes

No siempre somos conscientes de las problemáticas de las personas que nos rodean, bien sea porque la relación sea corta, estricta en cuanto a las circunstancias, innecesaria desde nuestro punto de vista, y no nos damos cuenta de que nos estamos perdiendo el conocer, el vislumbrar, de alguien que puede enriquecer nuestra humanidad.
Ese es mi caso, salvo que afortunadamente esta vez estuve atento y he podido apreciar el deambular de una persona, una pequeña gran persona.
Es una compañera de clase, vivaz, sincera. Cuando el profesorado nos ‘invita’ a estar en silencio yo pronunció su nombre, y ella en la mayoría de las veces responde con un ‘Si yo no estoy hablando’ y las veces que yo estoy despistado o en silencio ella hace lo propio conmigo, entonces nuestras miradas se cruzan y los dos sonreímos.
Supongo que ha sido objeto en el pasado de bullying, eso le ha hecho recelosa, insegura en sus exposiciones en público (aunque sea en una clase), eso es lo que llevó el otro día a discutir con una compañera tras una presentación.
Se irritó imaginándose que era el centro de una burla, tras la aclaración de lo ocurrido y viendo que no era así, se disculpó de manera clara, instantánea.
A parte de su potente y estruendosa voz, que fue lo primero que llamó mi atención, es, después de trabajos que hemos realizado en grupos, de charlas, una de las personas con más coraje que conozco.
No es fácil poner buena cara a la vida cuando tenemos que soportar el peso y los contratiempos que nos puede ocasionar una enfermedad.
Ahora me doy cuenta, de las personas como ella o como las que tienen problemas económicos (el cual es un detonante para enfermar físicamente, mentalmente), que desafortunadamente cada día hay más personas menos sanas y sin embargo la gran mayoría de esas personas nos ofrecen su mejor sonrisa y todo lo que hacen lo realizan con intensidad, sinceridad y con un gran cariño.
Gracias os doy, por permitirme apreciar esa incansable lucha diaria.

Aquel día

Aquel día en cuanto la vi, me di cuenta de que estaba distinta, normalmente llevaba el cabello recogido y ahora después del paso de bastantes semanas se presentaba sin su peculiar y repetitiva coleta.
Su cabello suelto, esa media melena que le cubría parte del rostro le daba un aire de misterio, me cautivó a primera vista.
El contraste de su pálido rostro con ese cabello negro como el azabache, me hacía volar mi imaginación.
Me recordaba a mujeres de Bombay, con ese oscuro y brillante pelo, en lo demás era diferente, el color de su piel, sus labios tenuemente rosados, su manera de vestir, con tejanos y esos mullidos jerséis que le abrigaban en los días finales del invierno.
Tal vez después de clase iría a una entrevista, tal vez tenía una comida con alguien especial, tal vez quería impresionar a alguien, tal vez… El sinfín de posibilidades se me fue haciendo interminable.
Aquel día no me atreví a decírselo, no me pareció correcto, no deseaba parecer interesado en su persona, y eso que me hubiera gustado decirle algo que le subiera el ánimo, días atrás me pareció verla algo triste, a lo mejor era por el constipado que tenía, de todas maneras cuando sopesé la situación me callé, no éramos tan amigos, tenía que ser objetivo, después de todo ella era mi profesora.

jueves, 28 de marzo de 2013

Me queda poco (Cap. I)

-Me queda poco.
Así me lo dijo con una sonrisa mientras se dormía.
Habíamos acudido a una llamada de urgencia, al parecer una mujer mayor había activado la alarma de su pulsador.
La vecina nos abrió la puerta, encontramos a la mujer en el suelo.
-Me he caído-, nos dijo.
Tras una minuciosa revisión, comprobamos que el golpe le había restado movilidad en las piernas, con lo que decidimos llevarla al hospital en la ambulancia.
-¿Puede acercarme esa caja metálica?-, me preguntó mientras la acomodábamos en la camilla.
De ella sacó algo que introdujo en el bolsillo de su bata y me rogó que volviera a dejar la caja en su sitio.
Un tenue “gracias” salió de sus labios.
Ya en la ambulancia y de camino al hospital me enseñó los objetos que había guardado.
Me quedé asombrado al verlos, la mujer se llevaba de su casa un pequeño colorido antifaz de carnaval, una cajita pequeña y un click de famobil.
-El antifaz me recuerda mi juventud-, me reveló. -El pequeño muñeco me recuerda a mi nieto, me lo regaló él para que pudiera jugar y no me aburriera.
Después abrió la cajita y me mostró las amatistas que contenía, sus tonos violáceos se reflejaban armoniosamente.
-Me hace recordar los viajes que realicé, a mi familia, una gran parte de vida, -me explicó con dulzura.
Lo único que pude referirle fue que ese color había oído que era el de las mujeres.
Ella no debió oír mi comentario, estaba ausente, en sus recuerdos; cerró los ojos, mientras abrazaba sus ‘tesoros’.

Me queda poco (Capítulo II)

La anécdota que había vivido aquel día, había acentuado en mí el replantearme mis prioridades, necesitaba charlar con mi novia.
Era jueves, este día nos encontrábamos después de que ella cerrase la boutique dónde trabajaba, como yo terminaba antes que ella, me daba tiempo de pasar por mi apartamento, ducharme y cambiarme de ropa e ir a buscarla; normalmente íbamos a cenar a algún bar o restaurante, a veces la cena consistía en comida rápida, otras bocadillos, ensaladas y a veces tan sólo un refresco o infusión, también en algunas ocasiones preparábamos algo en el apartamento, cenábamos viendo alguna película y ella se quedaba a pasar la noche. En eso somos metódicos, organizados, nos habíamos acostumbrado a realizar las cosas de manera planificada, a veces rozábamos la monotonía.
Llegué a la puerta de la tienda unos minutos antes del cierre, a través del escaparate pude verla, me situé cerca y esperé.
En mi mente reviví las imágenes y las palabras de aquella anciana, deseaba sentir esa paz, esa sensación de tener en mis manos lo más importante de mi vida, recordarlo con pocos objetos.
Al rato ella salió y se encaminó hacia mí.
-¡Hola! –le dije mientras nos dábamos un beso. La besé con suavidad, como si fuera la primera vez. El beso fue más prolongado de lo habitual de cuando nos encontramos.
-¿Estás bien?
-Supongo que sí, solamente que hoy te he tenido más en mi pensamiento.
-Hace frío, vamos al bar de Sara y me explicas cómo es que piensas tanto en mí.
Con nuestras manos entrelazadas nos dirigimos al bar, el cual estaba relativamente cerca.
Al llegar nos acomodamos en nuestro rincón preferido, allí podríamos hablar discretamente.
Sara regentaba aquel local, tanto a Neus como a mí nos gustaba mucho, solíamos acudir a tomar infusiones, bocadillos vegetales. Era muy simpática y agradable, su rostro denotaba bondad, tal vez su edad rondase los cincuenta años, pero tenía un tipo que muchas jovencitas envidiaban, era muy reservada en cuanto a sus relaciones (si las tenía), lo único que sabíamos es que era divorciada, y que tenía una hija casada que vivía en Madrid; el local siempre estaba muy limpio y había un buen ambiente.
Mientras Sara nos tomaba nota, no dejaba de mirar a Neus, me había embelesado fijándome en sus labios, en sus ojos, en su rostro, en su largo cabello, negro, ensortijado.
-Normalmente llegas a la tienda antes, me saludas, me dices que ya has llegado y me esperas. Pero hoy, tan solo me has esperado. ¿Va todo bien?
-Sí, me he entretenido por el camino.
-El beso con el que me has saludado no ha sido como los de siempre. Ahora me has estado mirando como si me estudiases. Enric…empiezas a preocuparme.
-No quería darte esa impresión –le dije mientras acariciaba su mejilla. –Sólo es que me he dado cuenta de que me gustaría estar más tiempo contigo, cada día más, no sé, tal vez voy deprisa, tal vez vamos despacio. Cada día veo situaciones en las que muchas personas hubieran deseado estar más tiempo con los seres que aman, y yo entonces me doy cuenta de lo que te añoro, durante el día, cuando me levanto, cuando me voy a dormir, empiezo a pensar en las cosas que podríamos hacer juntos, ahora sólo tengo sueños, ilusiones, y me gustaría tener hechos, realidades, las cuales después se conviertan en recuerdos, en vivencias, en plenitudes.
-¿Qué propones?
-Qué voy a proponer, pues que vivamos juntos, tal vez parezca una obsesión de hoy, pero no es así. Supongo que es algo que llevo dentro, pero en el transcurso del día se ha disparado.
-Parejita, aquí tenéis lo que habéis pedido. ¡Que aproveche!
Gracias Sara, respondimos los dos al unísono.
-A ver, ¿qué me estás diciendo?
-Lo que no te he dicho cada día. ¡Te quiero! Y me gustaría vivir junto a tí, la vida no es infinita y no deseo tener días vacíos, sólo días plenos, pero contigo. Esto es la prueba de lo que te digo –le decía mientras le entregaba un pequeño estuche aterciopelado.
Ella se lo quedó mirando, con un gesto incrédulo, por un momento pensé que ni si quiera lo abriría, esa fue mi sensación después del rato que estuvo contemplándolo entre sus dedos, también me vino a la mente la idea de que me lo devolvería.
Pero ya no había marcha atrás, o todo o nada, ya no éramos unos colegiales, rondábamos los treinta.
Por fin lo abrió. Miró lo que contenía y sin dudarlo se colocó la sortija en su dedo corazón, el brillante producía reflejos cuando movía la mano. No le iba apretado, tampoco holgado, la dependienta de la joyería había acertado con el diámetro.
Ella seguía mirando la joya.
-Entonces es un ¡Sí!, o son calabazas.
-Acércate.
Me beso suavemente y fue creciendo en intensidad, cuando nuestros labios se separaron sus ojos brillaban, sus labios sonreían y la encontré extraordinariamente bella; sentí paz en mi interior, me había desahogado contándole lo que sentía, lo que deseaba.
Nos tomamos el sándwich, despacio, mirándonos, cogidos de la mano.
-Eres odioso, yo preocupada, pensando que te alejabas de mí, el beso, tu manera de mirarme. Me has preocupado, parecías obsesionado con algo.
-Espero que no, pero cuando te quedas a dormir alguna noche, la habitación tiene tu aroma, y a la siguiente noche, cuando tú no estás, te busco despierto, te busco en sueños, me cuesta descansar. Comienzo a pensar en ti, en nosotros y la habitación se me hace extraña, gélida, incompleta, me quedo con ganas de llamarte por teléfono, para oír tu voz, para comentarte cualquier cosa, para poder hablar contigo.
-Eres un caso, no sé lo que hoy has visto con exactitud, pero lo agradezco. Dame un beso de estos que das ahora.
Nos besamos y mis manos acariciaron su cabello, luego fueron bajando hasta su cintura, cuando comencé a buscar partes más sensibles me cogió las manos, me miró con una fina sonrisa y me dijo:
-Luego, cuando estemos solos seguiremos. Ahora hemos de irnos.
Mientras buscaba en mi cartera el dinero necesario para pagar, Neus le enseñaba a Sara el anillo.
-Mira, estoy prometida.
-¡Felicidades!
-Aunque tengo mis dudas –le dije a Sara. –No me ha dicho que sí.
-¡Ah! Lo quieres con palabras, el beso que te dado no te ha bastado –me respondió Neus.
-El beso ha estado muy bien, ha sido una dulce respuesta.
-Bueno esta noche –comenzó a decirme mientras se cogía a mi brazo. No solamente me tendrás que acompañar a casa de mis padres, sino que también te vas a quedar y vamos a explicar nuestro proyecto. Luego tú y yo, nos vamos a dedicar a realizar planes, dónde, cómo, con ceremonia, sin ceremonia. Porque doy por hecho que tú ya has planificado algo, ¿verdad?
-Por supuesto.
-Luego lo hablaremos, estoy deseando llegar a casa, contárselo a mis padres y acto seguido dar la noticia a mis amigas. Cógeme por la cintura con fuerza.
Se soltó de mi brazo y nos entrelazamos cogidos por la cintura. Nos miramos y me besó.
-Te quiero, prometido mío. ¿Contento?
-Más que eso, ¡Feliz! –le respondí.
Juntos seguimos caminando, sonriendo, con ilusión, enamorados, y en mi caso repasando los planes que había ideado y que tenía que exponerle a ella, mientras la humedad de la noche se notaba en el pavimento, haciéndolo menos sólido a mi vista, y dándome la sensación de andar por encima de las aguas.

lunes, 11 de marzo de 2013

El abrazo (para Karmen).

La tarde era calurosa, gracias a la suave brisa que provenía de las montañas daba una sensación térmica no tan acentuada, los árboles se mecían y los sonidos que me llegaban de su forzado baile me atraía, deseando sentirme movído por el aire.
Sin pensármelo me acerqué a un frondoso y alto cerezo, cerré los ojos y agudicé el oído, el viento al pasar entre sus ramas producía un sinfín de sonidos.
Más, deseaba sentir más, abracé al árbol y me quedé unido a él.
Mis manos notaban su piel agrietada, áspera, aquel árbol era verdaderamente viejo, tenía algún trozo terso, pero en seguida palpaba nudos, e inicios de ramas que no se desarrollaron.
Vibraba todo él, cuando el cambiante viento lo movía con ráfagas repetitivas.
No sé cuánto tiempo estuve cogido al árbol, posiblemente me dormí de lo relajado que estaba.
Antes de separarme le hablé, como se debe de hablar, con el corazón, le dije: Te he sentido, he oído la música que produce el aire entre tus ramas, ha sido muy grato, gracias por permitírmelo.
Poco a poco me aparté y por un breve instante me dio la sensación de que el aire se moderaba, se paraba, parecía que el árbol se había aliado con el viento para que yo pudiera disfrutar de sus naturales sonidos.
Estaba situado en un pequeño prado, cercanos se encontraban otros árboles frutales, a una distancia prudencial para que sus ramas no se tocaran, carecía de valla aquel terreno, pero no muy lejos había una casa de campo, al observarla pude apreciar que un hombre venía de allí hacia mí.
-Buenas tardes -me dijo cuando llegó dónde estaba.
-¡Hola! -le respondí, embelesado por el paisaje, llegó más rápido de lo que pensaba.
-Es un sitio tranquilo ¿verdad?
-Sí, lo es, me he entretenido escuchando el viento.
-Jajá, lástima, porque tengo que cortar este cerezo.
-¿Por qué? Es un árbol grande y debe dar buenas cerezas.
-De las mejores, picotas, pero como dice es grande, más que grande, viejo. El pobre ya no da frutos y se está muriendo, me da pena porque siempre he llenado cubos de frutos, pero ya ha llegado a su fin.
-¿Qué hará con la madera?
-La mayoría irá a la chimenea, aprovecharé hasta su madera, ha sido un magnifico árbol. Lo cortaré la semana que viene.
-Le importa si vengo a verlo, bueno, también le puedo ayudar.
-Por supuesto, me vendrá bien una ayuda, gracias. Mi nombre es Antonio.
-Encantado, me llamo Tomás -nos saludamos con un apretón de manos.
-Pues Tomás te espero el sábado a las diez.
-Aquí estaré, nos vemos, adiós.
Me alejé tranquilamente, paseando, contento por haber conocido a Antonio y algo entristecido por saber que al cerezo le quedaba una semana.
Tal vez le podría pedir un taco del tronco, como recuerdo, podría usarlo de pisapapeles, de adorno, no sé, no deseaba olvidarlo, tal vez me lo dé, tal vez…

El talismán con estrella

El día era lluvioso, la humedad que provocaba nos envolvía a todos y a todo. Aquella mañana tenía que haber limpiado todos los cristales del establecimiento, pero con la lluvia mejor era aplazarlo, bastante tenía con el suelo. A la entrada coloqué cartones y hacían de secantes con los zapatos de los clientes, también me ayudaban con el agua que caía de los paraguas, para los cuales instalé varios cubos, así los clientes los podían depositar y el resto del suelo, salvo la entrada podía estar más o menos decente.
Había dos encargadas que se turnaban sus horarios cada mes, este mes le tocaba a Andrea, era una mujer de unos treinta y seis años, estaba casada y tenía una hija, cuidaba mucho su alimentación, eso lo hacía para poder seguir sintiéndose joven y disfrutaba cuando sus amigas le comentaban lo bien que se la veía. Le gustaba la adulación, si quería yo salir antes, sólo tenía que hacer referencia a lo bien que la veía, o qué bien le sentaba cualquier ropa que llevase. Su función aparte de ser la responsable de la cafetería, era encargarse de la caja y de ayudar en la cocina o a mí, que principalmente servía las mesas y las recogía.
La cafetería tenía muy buena aceptación, era un local limpio, agradable y por las mañanas (que era mi turno) servíamos excelentes bocadillos, pastas del día (que hacía un pastelero muy bueno), buenos cafés con leche y zumos de naranja  recién exprimidos.
En la cocina se encontraba Leonor, una mujer que había pasado los cuarenta y a la que el ir a trabajar le suponía una válvula de escape de su casa, también estaba casada y tenía dos hijas.
El horario que yo hacía era de siete y media de la mañana hasta las doce y media. Trabajaba media jornada de lunes a viernes y por la tarde iba a la universidad a estudiar, estaba haciendo económicas, pero tal y como estaba la situación a veces me daban ganas de cambiar de carrera, últimamente los economistas no gozaban de las simpatías de la gente, aunque yo los defendía diciendo que todo este embrollo lo habían organizado bancos que habían estafado vendiendo productos basura y que los políticos no habían depurado responsabilidades, llevando ante la justicia a todos los que se habían aprovechado del desbarajuste económico para enriquecerse. Tampoco podía explicar más, estaba en segundo año de económicas.
La mayoría de los clientes eran habituales, cerca teníamos un complejo de despachos y oficinas, con lo cual la afluencia de público estaba garantizada y además se añadía que la calidad de los productos estaba por encima de los precios.
Aquella mañana ‘mis compañeras’ estaban bastante silenciosas, como era lunes, al principio pensé que era debido a eso, pero ya estábamos rondando las once y seguían igual, a esta hora más o menos tenemos un breve descanso de clientes, es cuando nos dedicamos a charlar mientras repasábamos que todo estuviera preparado para las siguientes ‘avalanchas’.
-Leonor, te preparo un café con leche.
-Sí, gracias Pablo.
-Andrea, te preparo a ti también.
-Sí, así termino de colocar estas tazas ya limpias.
Les preparé dos cafés con leche como a ellas les gustaba, con sacarina y con la leche tibia para Leonor y muy caliente para Andrea, la leche que empleaba en ambas era desnatada.
Me disponía a comentarles lo rápido que pasa el fin de semana e intentar sonsacarles el porqué de su mutismo, cuando entró una joven habitual del bar, se llamaba Sonia, tenía dos años menos que yo y trabaja en una tienda cercana de telecomunicaciones, eran distribuidores y representantes de una conocida marca de móviles. No sabía qué carrera quería estudiar y mientras se decidía su padre la colocó en la tienda, era su jefe. Teníamos muy buenas conversaciones y algún que otro sábado pasaba a verla, no podía aspirar a más de momento, siempre estaba rodeada de amigos y en particular había uno que siempre estaba rondando la tienda, no me dejaba acercarme sin que se interpusiera, todos mis intentos de ir con ella al cine al teatro o a bailar habían sido infructuosos. Por lo que aparqué mi deseo de conocerla mejor y me dedicaba a estudiar con mayor anhelo para quitarme su rostro de mi pensamiento.
-Hola Sonia, buenos días, ¿lo de siempre?
-Hola Pablo, hoy me puedes sorprender, tráeme lo que te parezca mejor, aún no he desayunado nada. Me he discutido con mi padre recién levantada y no me apetecía nada.
-Pues vaya lunes lleváis todas las mujeres que hoy tengo a  mi  alrededor.
Le preparé un zumo de naranja, le puse un croissant con una pastilla de mantequilla y un envase individual de mermelada de naranja, con eso creo que le levantaría el ánimo y se alimentaría.
Cuando estaba casi acabando me miró y yo me acerqué.
-¿Mejor ahora?, las penas con pan son menores, eso dicen.
-Sí, estoy de mis padres y de mis amigos, sobre todo de Carlos, hasta las narices, por decir algo amable.
El tal Carlos era el amigo suyo que siempre se interponía, yo también estaba hasta las narices (por decir algo amable), pero también era consciente de que si estaba por el medio era porque ella le había dado esa libertad.
-¿Qué haces el miércoles?- me preguntó.
-Lo normal, estudiar, tengo sólo una clase, pero tampoco es transcendente.
-Me gustaría pasar una tarde contigo y olvidarme de todo por un momento.
-Bueno, podemos pasear y charlar, pero no soy ningún hipnotizador, cuando acabe la tarde volverás a tu realidad.
Se rió y quedamos en un centro comercial, donde si seguíamos con el mal tiempo no estaríamos a la intemperie.
El miércoles a las cuatro de la tarde estaba en el vestíbulo del centro comercial y al momento llegó ella. Nos saludamos y comenzamos a caminar viendo las tiendas.
-Hace ya bastantes sábados que no pasas a verme.
-Es normal, tienes a tu amigo de cancerbero que no me deja acercarme a ti y además siempre estás ocupada con tus amigos, por lo que estoy dedicándome a mis estudios. Tampoco me apetece estar en el grupo de admiradores tuyos.
-Eres diferente de mis amigos, tú no me agobias, has visto que no puedes estar conmigo y simplemente te has alejado.
-La razón tiene que predominar sobre los sentimientos.
-Pero a veces te he dicho que todos íbamos a ir a una discoteca o a algún sitio en concreto y que te unieras y sin embargo no has ido.
-Son tus amigos, no los míos y además llevas escolta. Por cierto ¿ya has arreglado las cosas con tu padre?
-No mucho, quiere que elija la carrera que él desea y todavía no sé cual es la más idónea para mí. Magisterio, empresariales, yo que sé.
-Supongo que lo que desea es que te centres en algo. Hay algún que otro test para saber tu perfil y en qué estudio puedes encajar mejor, es una orientación.
-Se nota que haces económicas, ya ha salido tu parte racional.
-Posiblemente, pero lo que te estoy diciendo, te lo digo como amigo, yo no te voy a obligar a nada, tan sólo te comento lo que creo que te puede ayudar.
-Tienes razón, gracias. Mi madre hasta ha ido a una mujer que tiene videncias para saber qué me pasa y le ha dicho que me tiene que proteger, al parecer alguien está intentando gafarme, mal de ojo creo que se dice. O sea que si sabes algún remedio que me proteja no dudes en dármelo.
-Pues sí que los tienes preocupados.
-Ni te lo imaginas, la semana pasada me hicieron análisis y estoy con niveles preocupantes de hierro y de glóbulos rojos. No duermo bien y estoy estas últimas semanas cansada y tristona, no tengo hambre y de vez en cuando me duele la cabeza o el estómago o las dos cosas.
Sonia era una chica que atraía las miradas, su físico era casi perfecto, además solía llevar ropa que realzaba sus encantos, rubia, con ojos azules, ¿quién no la iba a mirar?, por eso tenía tantos ‘admiradores’ siempre cercanos a ella.
-Yo creo que esto que me está pasando me lo ha mandado alguna mujer, apenas tengo amigas, todas terminan enfadadas conmigo, les molesta que los chicos se fijen en mí y que a ellas las ignoren, sólo tengo amigos varones, ¿te lo puedes creer?
-Te creo, supongo que tú tampoco pones mucho de tu parte.
-¿Qué quieres que haga?
-Bueno, intentar no ser el centro de atención, no tontear con todos, dar más protagonismo a la amiga que vaya contigo. Ya sabes a que me refiero.
-Pero es que lo hago sin darme cuenta, y tampoco tonteo, soy amable, escucho lo que me dicen y procuro ser simpática.
-Seguro que te excedes en tu simpatía o en tu amabilidad, vamos, sino de qué vas a tener tantos moscones a tu alrededor, y es porque les das esperanza de que pueden ir a más.
-Puede ser, pero es que no quiero estar atada a nada ni a nadie, y quiero pasármelo bien sin tener ninguna responsabilidad.
-Está bien, pero esto mismo se lo puedes decir a tus aduladores.
-Necesito tomar algo, estoy débil, hoy apenas he comido.
La cogí de la mano y fuimos a un pequeño bar que había en un  pasillo. Se tomó un bikini con un refresco de cola.
-Ahora me siento mejor, gracias. El médico me ha recetado vitaminas y hierro, pero por lo que veo, no me está haciendo el efecto deseado.
-De un día para otro no suben los niveles, espera unas semanas, que verás cómo te recuperas. En cuanto al otro tema, indagaré la manera de ayudarte, desde siempre la humanidad ha fabricado amuletos y talismanes para atraer suerte, protección y muchos otros conceptos. He tenido una asignatura optativa de Sociología y he visto este tema.
Continuamos charlando y cuando nos dimos cuenta ya era hora de irnos, concretamos en vernos el miércoles siguiente y nos despedimos.
De vuelta a casa, fui recordando los dibujos y símbolos que más me parecían apropiados para Sonia, algunos de ellos los había visto en tenderetes y en tiendas, también recordaba que había minerales con los que habían hecho collares y decían cual era para cada signo del zodíaco y qué propiedades tenían.
Al llegar a casa, comencé a buscar cómo tenía que ser el talismán de protección, encontré varios (en internet, en este y en casi todos los temas podías encontrar abundante información), me decanté por uno que me pareció el más adecuado. Ahora sólo tenía que ir a comprarlo o fabricarlo yo, había leído que cuando alguien lo hace personalmente, el talismán adquiere un valor añadido, le añades tu deseo, tu voluntad de que funcione para lo que lo creas.
Ahora sólo tenía que escribir la relación de lo que necesitaba, tenía una ayuda exterior, un amigo trabajaba con su padre en un pequeño taller que repasaba láminas metálicas, matrices y moldes, siempre tenían trabajo y muchos sábados estaban en el taller.
Lo llamé por teléfono y después de un rato de charlar de nuestras cosas y de algunos chismes de otros amigos, le expliqué mi proyecto, al principio se rió, pero le pareció interesante y me dijo que el sábado tenía que terminar un trabajo y que estaría en el taller, también añadió que disponía de todo tipo de herramientas y que iba a ser ‘pan comido’ así quedamos para el sábado por la mañana.
Cuando hice la relación de los materiales que necesitaba, me di cuenta que lo único tenía que llevar al taller era madera para confeccionar el molde y el metal necesario para la fabricación del talismán.
La madera no era ningún problema, la primavera pasada había estado por la montaña y me había traído un trozo de tronco que usaba de pisapapeles y en cuanto al metal también lo tenía resuelto, unos amigos habían ido a trabajar unos meses a un país del centro de Europa y me habían regalado bastantes monedas de diez céntimos, eran las que no pudieron cambiar, estas monedas habían sido fabricadas con cobre y cinc, con lo cual me pareció apropiado fundirlas para hacer el talismán.
Esta aleación de cobre y cinc, más conocida por cuproníquel, tiene la ventaja de que no le daña el agua del mar, por eso muchas de las piezas de barcos se fabrican con esta aleación, yo la encontré afín a mis propósitos, así no se estropearía con la sudoración al estar en contacto con la piel.
Leyendo más sobre estos metales, me sorprendió el hecho de que el cobre era el tercer metal más utilizado en el mundo, por detrás del hierro y del aluminio. También que la demanda del cobre es superior a la oferta y que cada año hay déficit de las existencias necesarias sobre todo en las industrias relacionadas con la electricidad, las telecomunicaciones, medios de transporte, terrestres y marítimos, y todo ello por su alta conductividad térmica y su resistencia a la corrosión, por eso también muchas monedas están hechas de esta aleación, que tienen un color plateado.
Tal y cómo había quedado con mi amigo Anton, me presenté en el taller cerca de las doce de la mañana, él ya llevaba allí varias horas y su labor de aquel día estaba cercana a concluir, con lo que a mí me iba muy bien, ya que así podría ayudarme.
Le mostré la madera y le expliqué que la había traído de la montaña, era parte de un tronco de árbol, que debieron cortar al limpiar aquel pequeño bosque de dónde lo cogí.
Como iba a ser el molde para una pieza circular, lo colocamos debajo de una taladradora que tenía cogida en una mesa, tenía una palanca que subía y bajaba la taladradora. Cambiamos el taladro y pusimos uno circular para madera, su diámetro era de unos tres centímetros.
No quería que fuera muy profundo para que el talismán no pesase en exceso, por lo que al bajar la taladradora fui con cuidado de no pasarme.
Tras la comprobación de que el grosor era el adecuado y con la ayuda de un buril, dibujé una letra ‘A’ cogida al borde del círculo, de esta manera se podía poner un pequeño eslabón para pasar una cadena.
El taller de mi amigo Anton era increíble, tenía de todo, despejó una parte de la mesa y puso encima de ella una especie de vaso grande, parecido a un mortero, me dijo que era un crisol que a veces lo utilizaban para fundir algún metal, colocó debajo del crisol  unas maderas para no calentar la mesa, yo metí las monedas (unas ocho), mi amigo cogió el soplete y les aplicó la llama. Comenzaron a fundirse y cuando no quedó nada sólido, agarró unas tenazas muy grandes con las que cogió el crisol, lo acercó a la madera y volcó parte del metal fundido en el molde, dejó que el metal rellenara todo el espacio, incluido el enganche para la cadena, dejó el crisol en su sitio con algo de metal fundido en su interior.
-Vamos a tomar una cerveza, tú pagas-, me dijo mientras se quitaba los gruesos guantes que se había puesto para protegerse.
Al final nos tomamos tres cervezas cada uno, acompañadas de calamares, boquerones fritos y patatas bravas.
Cuando volvimos el metal ya se había endurecido, tanto el del crisol como el del molde. Hábilmente sacó el talismán de la madera haciendo palanca, yo lo cogí y comencé a pasar los bordes por encima de una piedra para lijarlo, no quería que quedase ninguna rebaba que pudiera cortar. Como tenía que hacer el dibujo y grabarlo mi amigo me dejó dos buriles, uno para marcar lo que quería poner (era más fino) y el otro más grueso para darle más anchura a la grabación, y para tenerlo apoyado mientras realizaba la operación me llevé la madera.
En casa dibujé una estrella de seis puntas, con la ayuda de un semicírculo fui marcando los puntos de la estrella, para ello empleé un lápiz, luego con la ayuda de una regla marqué las líneas. Había escogido la Estrella de David cómo protección y estando dentro de un círculo pasaba a ser el Sello de Salomón.
Según lo que había leído este sello tenía un sentido mágico y se usaba para ahuyentar a los malos espíritus entre otras cosas, los alquimistas lo usaban para representar la conexión entre el cielo y la tierra, también se usaba como protección y yo había visto en algunas tiendas medallones con el dibujo.
Fue fácil hacer la grabación en el talismán, al terminar me sentí bien por dentro por haberlo realizado, claro que sin la ayuda de mi amigo no habría podido hacerlo. Lo envolví en un pañuelo azul que tenía.
El lunes al salir del trabajo pasé por una joyería, compré una cadena de plata y también un pequeño eslabón. Cuando llegué por la noche a casa después de la universidad, abrí el eslabón y lo puse en el talismán, después le pasé la cadena. Ya tenía listo el regalo para Sonia.
El miércoles cuando nos encontramos (no la había visto en toda la semana), no la vi tan lozana como siempre, pero me abstuve de decírselo.
-Hola, ¿cómo estás?-, le dije.
-Cansada, llevo varios días en casa, no me encuentro bien, el día siguiente de estar contigo lo pasé la mar de bien, me encontraba de maravilla, pero el viernes que quería ir a la cafetería a verte y desayunar contigo no pude, me entró un mal de estómago que me ha durado todos estos días, hoy he venido por verte y además porque no puedo estar todos los días encerrada en casa y con malestar.
-Lo siento, en estos casos lo mejor es beber bebidas isotónicas, llevan los nutrientes necesarios para mantenerte si no puedes con alimentos sólidos.
-Tienes razón, lo haré, estos días he estado a base de infusiones y agua.
Nos sentamos en unos bancos y continuamos charlando.
-Tenías que haberte quedado en casa, ¿cómo has venido?-, le pregunté.
-Mi madre me ha traído, le he dicho que necesitaba ver gente y distraerme, me recogerá en una hora, ya le diré que me compre esa bebida que me has dicho.
En casa había hecho un sobre con papel pinocho doble para el talismán y la cadena.
Saqué el sobre de mi chaqueta y se lo di.
-Toma, esto es para ti.
Abrió el sobre y sacó el objeto, se lo quedó mirando asombrada.
-Gracias, pero ¿qué es?
-Es un talismán para protegerte, tan sólo yo lo he tocado y ahora tú, según lo que he leído no dejes que nadie te lo toque, este fin de semana con la ayuda de un amigo lo he podido hacer, antes de ponértelo tienes que pensar que es un escudo y que para ese fin está hecho. Hay más métodos, como el dejarlo al relente durante tres días y tres noches o dejar que una persona en la que confíes, tipo vidente, tipo sanador la magnetice con sus manos.
-Gracias- volvió a repetir, sus ojos se llenaron de lágrimas y yo no sabía qué hacer.
-Es lo más bonito que me han regalado y lo has hecho tú para mí.
Acto seguido se lo puso, la cadena que escogí era un poco más larga de lo normal, no deseaba que se viera, tan sólo que la llevará bien guardada a recaudo de las miradas y sobre todo de las personas que alargan la mano para tocar.
-Si alguien lo toca, tendrás que limpiarlo con agua y sal, así lo pone en los textos que he leído, que han sido unos cuantos.
Continuamos charlando sobre música, de qué sitios nos gustaba más en vacaciones, el mar, la montaña y sin darnos cuenta se nos pasó la hora.
Al despedirnos le sugerí que se quedase en casa unos días más, hasta que se encontrase mejor, y ya sabía dónde encontrarme si me necesitaba.
Me miró, asintió con la cabeza, sonrió, vi cómo le brillaban los ojos  y me dio un beso en los labios.
Yo me quedé clavado como un poste viendo cómo se alejaba, mientras saboreaba su beso y la sensación de haber ayudado a alguien...