martes, 29 de abril de 2014

DUDAS INESPERADAS

Hay quien dice que la casualidad no existe, pero, ¿está en lo cierto? 
Esta es la historia de dos personas que tras diversos encuentros ‘casuales’ se dan cuenta que de forma natural tienen mucho en común, su afinidad provoca una atracción. 
Estando en el atardecer de sus vidas tienen que dilucidar qué hacer, si rehuirse o simplemente olvidarse. 
Ambos intentan alejarse, pero…están de vacaciones en un lugar pequeño, donde es difícil no encontrarse. 
Lo que sienten los embriaga, los desespera por momentos, y son conscientes de que ocurra lo que ocurra sus vidas ya no serán igual. 
Es un relato que pone en evidencia que podemos ‘topar’ con alguien que nos hará dudar sobre si nuestra vida es plena, es ese último tren donde podemos arrepentirnos de no subir, pero hacerlo conlleva alejarse del confort de la vida cotidiana. 
19 días, 19 capítulos. ¿Hicieron lo correcto? ¿Qué harías tú?

Esta historia la he publicado en amazon, este es el enlace:

http://www.amazon.es/DUDAS-INESPERADAS-Mateo-Redondo-ebook/dp/B00JYWJ7Q8/ref=sr_1_1?ie=UTF8&qid=1398776346&sr=8-1&keywords=dudas+inesperadas

sábado, 19 de abril de 2014

I. ELEMENTOS


No sabía cómo había llegado allí, pero, eso se me olvidó al instante.
Lo que estaba viendo atrajo toda mi atención.
En el claro de aquel inmenso jardín había un hombre delante de una especie de mesa de trabajo, sus ropas no eran coloquiales, parecía ir vestido como en la edad media, pero también podía ser de otra civilización, llevaba una camisa de un celeste pálido, aquel color me recordaba el cielo de la mañana cuando está libre de nubes, la camisa no tenía botones y el cuello de la prenda tenía un pequeño reborde salvo por la parte delantera, que tenía forma de semicírculo.
Me fascinaron los reflejos que se veían en aquella ropa cuando se movía, inexplicablemente apreciaba brillos azules, rojos, amarillos, eran los colores básicos.
El hombre estaba manipulando objetos que había sobre la mesa.
Me encontraba de frente a él y me fui acercando sin ningún temor, como si lo conociera, como si…Por mucho que intenté ubicarlo en alguno de mis recuerdos la búsqueda fue infructuosa, me miró y sonrió, después siguió entretenido en aquellas cosas.
-¡Hola! –le dije al acercarme, lo saludé con alegría sin saber bien el porqué, fue algo natural.
-Hola, enseguida estoy contigo.
Él seguía haciendo manipulaciones y eso me permitió contemplar la mesa y los objetos con detalle.
La mesa era circular, gruesa, de madera, tenía círculos concéntricos, sin duda estaba cortada del tronco de algún árbol, el cual debió ser grande y grueso ya que el diámetro de la mesa sobrepasaba el metro. En los círculos, entrelazado entre ellos se veía el símbolo de infinito. Aquella mesa era realmente curiosa.
Después miré los objetos, había un recipiente con agua, al fijarme con detenimiento observé sus olas llegando a la orilla, su agitación, sus corrientes, estaba viendo los movimientos de un océano. Perplejo y asombrado seguí mirando, separada de aquel recipiente había una varita de forma cónica, nudosa, brillante, en su extremo más fino, a su alrededor minúsculas salamandras doradas emitían destellos luminosos. En el centro de la mesa había una esfera, la cual… ¡levitaba! Estaba fascinado.
Más recipientes estaban sobre la mesa, algunos con minerales, otros con vegetales, otros con polvo de colores.
El hombre estaba combinando aquellos elementos en un vaso medidor, cuando hubo acabado de añadir cogió la varita y la agitó dentro del vaso, la luz y el calor que emitieron las salamandras hizo que el contenido del vaso se volviera liquido, ligándose, convirtiéndose cada parte en parte de un todo, en armonía.
Aquella pasta liquida resultante la fue volcando en unos cuadros cóncavos rectangulares, al momento se solidificaron formando unas brillantes láminas de oro.
La expresión de incredulidad de mi rostro hizo reír al hombre, al verlo tan alegre daba la sensación de que fuera más joven de lo que físicamente aparentaba, según mi apreciación su edad debía rondar los cuarenta años, no más pensé, sin embargo no podía afirmarlo, las cosas que allí están viendo eran ilógicas o poco frecuentes en mi mundo.
-¿Has oído hablar de los elementos? –me preguntó.
-Algo he escuchado, pero desconozco que sea lo correcto –le respondí.
Volvió a reír, se lo estaba pasando bien con mi ignorancia. Cuando recuperó la seriedad comenzó su explicación.
-Los cuatro elementos son Fuego, Agua, Aire y Tierra, su combinación armónica nos puede deparar resultados idóneos. Hay que saber su proceso, es vital, lo podemos aprender para efectuarlo en nosotros mismos y en lo que nos rodea. El equilibrio, la armonía en el proceso ha de darnos la medida de cada elemento, luego el trabajo necesario para que todo encaje será la pauta que nos dará el tiempo necesario para que fragüe.
-Hablas como si explicases un proceso químico –le dije algo molesto, ya que estaba irritado conmigo mismo por mi desconocimiento de aquello.
Debió de imaginar o de saber mi manera de pensar ya que me habló de una manera paternal.
-No te enfades, tan sólo no lo recuerdas, por eso estás aquí.
Mi humor cambió, de sentirme estúpido cambié a desear ser un alumno, algo impaciente, con lo que me pregunté si no estaba volviendo a la estupidez, así que decidí estar atento.
-El Fuego has de asociarlo a la voluntad, a la chispa primigenia, al principio, lo que hará posible el comienzo. Es en sentido metafórico, así como la explicación de los demás elementos, luego, si nos da tiempo pondré ejemplos del defecto o exceso de cada parte.
Cogió la varita y la puso en mis manos, las salamandras encendidas giraban en torno a ella. Tras dejarla en la mesa prosiguió con su enseñanza.
-El agua debes asociarla a los sentimientos, en tu mundo más de la mitad de tu peso es agua. La turbulencia de tus aguas dependerá de la calidad de lo que sientas, de lo que ames, de lo que odies, de lo que temas. Trabaja para que tus aguas sean nítidas y te aseguro que sentirás la Paz, la Paz de un océano en calma de aguas tranquilas y claras.
Me señaló el recipiente que contenía agua, estaba tranquilo, transparente, por un momento al observarlo sentí su frescor en mi interior.
-El aire, tan necesario, separa el fuego del agua, reconcilia, da y quita argumentos. Asócialo al pensamiento, al raciocinio. Ha de ser libre, frío, equilibrante, debe de calcular todas las posibilidades, no ha de dejarse embaucar, tiene que ser independiente.
Miró a su alrededor y me dio a entender que el aire estaba rodeando todo, necesario para respirar, vital para la vida en la mayoría de las especies.
-La Tierra es el cuarto elemento, es donde se materializa el proyecto de la combinación de los otros elementos. Una buena tierra dará buenos frutos, siempre y cuando la semilla que plantemos en ella sea de calidad. La Tierra es terca, no le gustan los cambios, no le gusta el elemento fuego, sabe que la atosigará para realizar otra ordenación, otro proyecto. Se lleva bien con el agua y con el aire a veces, ya que en algunas ocasiones no quiere atender a razonamientos, le gusta estar como está y de ahí surge la aversión a los cambios.
Un sonido intermitente y molesto me hizo abrir los ojos.
Enojado apagué el despertador.
Todo aquello lo había soñado.
Me costó levantarme, de buena gana me hubiera vuelto a dormir e intentar seguir con aquel sueño.
Ya en la calle, en la parada del autobús una joven repartía hojas publicitarias, de forma mecánica cogí uno de los papeles, al mirarlo acaparó mi atención uno de los dibujos, me recordaba al hombre del sueño, era de una lámina del Tarot, en su parte inferior, en letras grandes se podía leer: EL MAGO.
 
Curiosidad: El Mago es la carta número 1 y el cuento (sin el titulo) consta de 1111 palabras.