miércoles, 23 de julio de 2014

De excursión

El intervalo de un sol se me hizo corto.

Después de días de bochorno recurrente,
con la dermis engomada de humedades amazónicas,
evitando durante el día los fieros rayos solares,
me encontré escapando en un festivo,
tras kilómetros de combustiones petroleras
y de aires calientes en las sienes,
llegamos a un escondite verde.

Estaba rodeado de espesas colchas
plagadas de sombrillas arboladas.

Entre desniveles y sendas
albergaba una fría corriente
de agua transparente.

Nos quedamos embelesados
sentados sobre butacones de piedra
oyendo el relajante sonido
del riachuelo saltando entre las rocas.

Tuve que sacar las piernas del agua,
mil puntos me pinchaban
por aquella frialdad liquida,
hija de deshielos
y pasajera de cavernas frigoríficas.

Comimos en un claro
de rústicas mesas
con asientos de tablones.
Sobremesa de cartas,
con risas,
con negativas de vencidos.

Cerré los ojos sonriendo
cuando me recosté
en el extenso colchón
de verdes y flexibles tallos,
al cobijo de aquellos parapetos solares
sujetos a troncos decenarios.

Por un instante me imaginé
criaturas fantásticas
moviéndose entre el denso bosque,
gnomos abrigados con hojas
escondiendo provisiones
para el blanco invierno…

No pude soñar más,
había que regresar,
a la rutina
de las pieles de chicle
sin sabores mentolados.

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