viernes, 20 de octubre de 2017

Lo reconozco.

Tuve envidia.

Lo reconozco.
Vi una pareja abrazada
que me recordaba a nosotros.
Añoré la luna brillante
de la incredulidad efímera
en tus ojos claros,
tu risa infinita,
el calor de las manos,
los melosos labios
y los abrazos de enredadera.
En esos momentos
con un infantil egoísmo
al necesitar tu presencia
y tras una lágrima furtiva,
se abrió la compuerta
de un “te odio”.
Entonces, entonces,
con un clamor ensordecedor
de un salto de agua,
grité en mi interior:
¡Basta!
Y cuando el eco dejó de cesar
recogí mis recuerdos magullados
en el plateado hangar
de los sueños de enamorados.

Mateo Redondo Calonge


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