abrigada
por helechos
sobre
un diván de algas.
Sus
líneas rectas
armonizaban
con las redondeces
de
sus mullidos labios.
Me
hubiera gustado posar
mis
impetuosos labios
en
su pacífica boca,
pero,
no quise sobresaltarla
y
esperé resignado
su
tranquilo amanecer.
Se
desperezó enseñando
sus
blancas manos
entre
las suaves vainas
de
clorofila y lana,
su
sonrisa esclavizó mi mirada,
dejándome
a la expectativa
de
que me recibiera
entre
sus cálidos brazos.
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