-¡No eres ni blanco ni negro!
-¡Tú tampoco!- le replicó.
-Todo el mundo asocia el color gris a personas o
situaciones poco claras, imprecisas.
-Pues tendrían que hacerlo contigo, ya que el color verde
no es ni azul, ni amarillo. Además yo
tengo en mi composición el blanco y el negro, pero no soy
extremista, tengo una posición
intermedia. Soy un color básicamente introvertido.
-Pues yo, soy un color mayoritariamente extrovertido. La
mayoría de los vegetales son verdes,
con tonalidades muy amplias. No me imagino un campo de
hierba de color gris.
-Anda que yo, no me imagino un cerebro verde.
Los dos colores se miraron desafiantes, buscaban
desacreditarse, prevalecer su tono por encima del otro.
Después de largo tiempo reflexionando cada uno con lo que
podía decir y lo que podía el otro
contestar, se encontraron agotados, irritados.
-Me encanta ver el brillo de la plata, y esos días cuando
el cielo está tapado y se confunde el
mar con las nubes, con esos colores grises azulados -dijo el color verde.
El color gris sonrió y le dijo:
-A mí me gusta mucho ver los bosques cuando llega el
otoño, como hay innumerables
tonalidades, y la fruta, con esos tonos tan vivos, tan espléndidos.
Los dos colores rieron.
En ese momento se dieron cuenta de que aunque eran
diferentes en el color, en lo demás
sentían igual y que podían vivir en armonía sin
enfrentamientos, ya que lo que les diferenciaba
era las tonalidades que reflejaban cuando recibían luz.
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